La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo se ha llevado un buen revolcón en las elecciones del domingo pasado celebradas en Galicia. No sacó ni un diputado y ni la votaron en su pueblo, lo que debe doler. Ya antes acumulaba problemas tanto con Podemos, uno de sus socios de coalición, como con el propio gobierno de coalición con el PSOE. Pedro Sánchez la ha ninguneado claramente en muchas ocasiones y más tras perder la votación del decreto que regulaba el subsidio de paro fundamental para recibir un nuevo tramo de los fondos europeos.
Sin embargo, Yolanda Díaz parece no rendirse. Necesita foco permanentemente y lejos de ceñirse a su labor en el Gobierno que sería inagotable, dado que España es el segundo país más caro para crear empleo y el campeón del paro tanto de la Unión Europea como de la OCDE, continuamente propone cambios en áreas que nada tienen que ver con la asignada. Prepara viajes al extranjero sin la preparación y el consenso del Ministerio de Exteriores o propone cambios fiscales que apuntan a la falta de coordinación con los ministerios afectados.
No hace mucho propuso poner límites a los sueldos de los directivos de las empresas, subir los impuestos a las rentas del capital o imponer un tipo de IVA a la educación y sanidad privadas sin ningún tipo de informe que avale que aumentaría la recaudación, cuando sí existen estudios, por ejemplo, de la AIReF que aseguran exactamente lo contrario. Ahora, propone una nueva tasa al turismo y poner un techo al número de visitantes extranjeros. También, y esto al menos tiene que ver con su ministerio, quiere que el registro horario sea digital para poder vigilar en remoto la jornada laboral y si se cumple la reducción de jornada cuando se apruebe por los agentes sociales.
Un pulpo con tentáculos que se muestra incapaz de resolver los problemas de sus tareas asignadas, que tiene a las empresas nadando en burocracia y en costes que ralentizan e impiden su crecimiento y por tanto la generación de puestos de trabajo, mientras anda enredando y buscando titulares en otras áreas del Gobierno que lejos de favorecer su posición política ahuyentan a los votantes como se vio el 23-J y ahora con mayor claridad en los comicios gallegos.