La reproducción a escala real del angosto agujero en el que entre 1996 y 1997 ETA mantuvo secuestrado durante nada menos que 532 días a José Antonio Ortega Lara, constituye, sin duda, la pieza más impactante y llamativa del Centro memorial de las Víctimas del terrorismo que los Reyes Felipe VI y Letizia inauguraron el pasado martes en Vitoria/Gasteiz.
Tres metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 de alto. Insufrible calvario el que el funcionario de Prisiones allí tuvo que pasar durante tanto tiempo. Aquello no fue violencia; fue crueldad. Pues bien: entre los muchos documentos gráficos que del evento se distribuyeron, ha destacado una fotografía en la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visita y comprueba in situ una réplica del inhumano zulo en cuestión.
La foto de la infamia y de la hipocresía, se ha dicho con toda razón. Estaba él, pero a nadie se le ha ocultado que cercanos sucesores de los verdugos de entonces son hoy en Bildu sus inarrepentidos socios de gobierno. De su gracia depende y ante ellos se presta a todo.
A Sánchez muy impactado no se le vio. En su deambular por las diferentes salas de la exposición parecía el protocolario y distraído ministro de jornada que acompaña a los Reyes en sus desplazamientos más que todo un dolido presidente de la nación.
Y un poco lo mismo cabe decir del ministro Marlaska, quien con una frialdad insufrible, con una rapidez digna de mejor causa y sin la menor sensibilidad por determinadas fechas ha ido acercando a los etarras presos a cárceles próximas al País Vasco, donde esperarán con impaciencia que el régimen de Vitoria asuma el 1 de octubre la gestión completa de las competencias penitenciarias traspasadas. De hecho, Bildu ya está negociando bajo cuerda el nuevo escenario.
Como se sabe, el Memorial tiene como emplazamiento un edificio cedido en su día por la Administración del Estado, la sede del antiguo Banco de España en Vitoria /Gasteiz. Pero ha sido concebido muy al gusto del nacionalismo vasco. Esto es, habiendo aunado y mezclado “todas las violencias”, de tan distinto alcance, sucedidas en nuestro país: desde ETA hasta los atentados yihadistas, pasando por los Grapo y el terrorismo de la ultraderecha y parapolicial (GAL y Batallón Vasco Español), entre otras.
Así planteado, se teme que todo ello contribuya a ideologizar una iniciativa que debería haber sido puramente emocional y humana. Y viene a ser también una manera de diluir la más grave de todas las violencias: la acción terrorista del independentismo vasco de ETA, materializada no sólo sobre sus más de ochocientas víctimas mortales y otras trescientas por resolver, sino también sobre sus decenas de miles de heridos y desterrados, sus miles de extorsionados y sobre un pueblo entero molido por el espanto, el miedo y la pena durante medio siglo.