Ser del Arosa es una forma de sentir, de vivir y de sufrir hasta el final en busca de un objetivo. Ayer se dieron todas estas circunstancias en un partido condicionado por el árbitro y en el que la afición jugó un papel determinante para que los jugadores locales, que acabaron el partido con nueve exhaustos futbolistas sobre el terreno de juego, dieran lo mejor de sí para alcanzar el objetivo.
Esos gritos de “Arosa, Arosa” junto al ondear de las banderas, el sonido de los bombos y los cánticos salidos de unas gargantas que apenas podían tragar saliva a causa de la emoción, llevaron al elenco de héroes arlequinados a un empate que supo a gloria.
La directiva quería que el campo de A Lomba fuese una caldera y la meteorología se encargó de cumplir el deseo a lo largo de una tórrida jornada que acabó en la gloria.
Las tarjetas se iban sucediendo una a una, al igual que unas incomprensibles decisiones arbitrales que encresparon a cualquiera que sintiera en rojo y blanco.
Entre los nervios a flor de piel y la garganta desgarrada, los arosistas celebraban, al final de la prórroga, un saque de banda a favor como si fuese un gol por toda la escuadra. Al final se consiguió el objetivo con mucho sufrimiento y hasta con alguna lágrima porque esta vez sí, arosistas, esta vez sí el equipo va a ascender.