Ya lo dice el refrán: después de la tempestad viene la calma. Y así al menos está sucediendo con los indultos a los golpistas catalanes que mañana se apresta Pedro Sánchez a presentar en sociedad: después de la oleada de protestas contra la medida de gracia que tuvo su eclosión en la gran cita ciudadana del domingo último en Colón, ha llegado una ola de apoyos. Las tornas parecen haber cambiado. O al menos así se celebra en Moncloa: “No hay nadie enfrente”.
Dos últimas tomas de postura están contribuyendo a asentar esta impresión. Por una parte, las declaraciones del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, según las cuales “si los indultos hacen que las cosas se normalicen, bienvenidos sean”.
Por otra, la menos novedosa posición de los obispos catalanes, para quienes el logro de un recto orden social que permita el desarrollo armónico de toda la sociedad “necesita algo más que la aplicación de la ley”. Y digo menos novedosa porque, en realidad, los prelados han venido manteniendo criterios de compasión y lástima hacia los golpistas desde el minuto uno del proceso.
No sé que vela se les ha perdido a uno y otros en este entierro, que no son de competencia directa y que dividen aún más a las respectivas organizaciones. Pero el caso es que podría producirse un creciente respaldo de diversos sectores y de parte de la propia opinión pública que dejaría a la derecha en soledad y con el pie cambiado. A estas horas Pedro Sánchez habrá concluido ya que la ´hasta el momento más comprometida decisión política de su mandato podrá tomarla en un contexto menos hostil de lo que imaginaba.
Como colectivo, de los empresarios catalanes no cabía esperar otra cosa. De siempre han morado en los campamentos del nacionalismo e incluso del independentismo. No hay más que recordar cómo va a hacer once años corrían todos a una tras pancartas y banderas en la manifestación de protesta contra la sentencia del Constitucional que desarboló la inicial reforma del Estatuto de Cataluña.
De la patronal nacional, sin embargo, no se esperaba una declaración como la, por su cuenta y riesgo, hecha pública por Garamendi. Muchas vueltas ha tenido que dar después para justificar o explicar su intromisión en el debate político. Alguna, manifiestamente ingenua. Y cuando hay que explicar mucho las cosas, malo.
Sus palabras han constituido una importante victoria política de Sánchez, que él mismo y el Gobierno utilizará en su provecho. En realidad, no tardó ni un minuto en hacerlo así la ministro Yolanda Díaz.
¿A cambio de qué el presidente nacional de la patronal se ha sumado al séquito de Sánchez? ¿Hay en el fondo de todo ello un pacto no conocido con el Gobierno? ¿Presiones insoportables de Moncloa? Sea como fuere, Garamendi ha dado un traspié que le hará tambalear la silla.