No ha estado muy afortunada la cúpula directiva de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en el manejo e información del espinoso tema de los indultos. Oficialmente, la Permanente de la institución no lo trató. Al menos no ha figurado en la nota sobre los trabajos y acuerdos del encuentro celebrado hace unos días. Y eso que el tenso debate suscitado había durado hora y media.
No hubo, pues, papel escrito, pero sí imágenes: la grabación de la rueda de prensa del secretario general de la CEE, monseñor Argüello, a la que ha habido que recurrir para conocer algo, que no ha venido a ser mucho, de lo allí “dialogado”, según palabras del portavoz episcopal. En su exposición, no pronunció ni una sola vez la palabra “indultos”, que dio por “ya producidos”.
No por iniciativa propia sino a preguntas de los informadores, monseñor Argüello dedicó al tema unos veinte minutos. Y los periodistas se quedaron sin el titular buscado: si los obispos españoles aprobaban o no la medida de gracia adoptada por el Gobierno para con los golpistas, sobre la que se habían pronunciado días antes los responsables de aquellas diócesis.
Fue ésta una comparecencia un tanto cauta y temerosa. Pero al considerar como “actitudes valiosas” las mantenidas al respecto por los compañeros catalanes (diálogo, respeto a la Justicia y rechazo de las actitudes inamovibles), cupo muy bien concluir que la cúpula episcopal venía a ser también avalista de la medida de gracia.
A mi parecer, si se lee sin apasionamientos previos, en su integridad y de primera mano –sin resúmenes de resúmenes deformados- el texto en realidad aprobado por los obispos catalanes, no se entiende mucho el revuelo episcopal, político y de opinión producido. Y no se entiende tampoco el porqué de tantas vueltas y revueltas y por qué no explicar posiciones con mucha más claridad, sin tanta precaución y sin tantos circunloquios. Cierto es que el horno de la casa no estaba para muchos bollos.
Sobre la toma de postura de los obispos catalanes se podrá discrepar en alguna consideración. Pero no habría que olvidar una que ha pasado un tanto desapercibida y que resulta relevante: la reflexión expresa de que dialogar siempre significa “renunciar a las propias exigencias para encontrarse en el camino con las renuncias del otro”. Esto es, dejación voluntaria por ambas partes de las aludidas actitudes inamovibles. Por una y por otra.
Tiempo les ha faltado a algunos comentaristas para dejar su gota ácida contra la Iglesia. De leer a algunos, da la impresión de que ésta sigue siendo la misma que hace cincuenta/sesenta años. A su entender, todo ha cambiado menos ella. Como dijo monseñor Argüello en la rueda de prensa posterior a la reunión, habrá pocas organizaciones en el mundo que se sientan miradas con tanta lupa. Y en ocasiones tan desenfocada, añadiría por mi parte.