Seoane, Folgoso, Vilamor, Seceda, Sobredo, A Seara, Vidallón, Santa Eufemia, Alto do Boi, Pía Paxaro, Formigueiros, Quiroga, A Pobra do Brollón... Entre las cenizas de O Courel (Lugo), el GPS del vehículo anuncia con morbosa puntualidad que el recorrido puede verse afectado por los incendios en Galicia.
Según el conteo más optimista, pues únicamente están disponibles los datos provisionales, son 11.100 las hectáreas quemadas en este macizo montañoso de desniveles acusados donde ya no quedan vecinos desalojados, después de que un millar tuviesen que huir de sus casas, algunos por riesgo real, otros a modo preventivo.
En las marquesinas de madera, un punto habitual de reunión, hay personas que desvían la mirada porque no quieren hablar. Mejor dicho: no lo consiguen.
Otras, por desahogo, buscan contrastar sus sospechas. "¿Cómo puede ser que la aldea de O Vilar, tan limpia y cuidada como estaba, se haya esfumado?", es la pregunta recurrente.
Y cada equis tiempo llega el momento del obligado consuelo.
De noche, en los domicilios, que por la seguridad reinante pueden quedar perfectamente abiertos, y en muchos casos es así, hay luz. Es por los grupos de WhatsApp. Los hay de todo tipo, aquellos en los que avisan al momento de cómo se encuentran los focos activos y otros en los que el tema es la regeneración, la recuperación del caos, y donde van apareciendo las primeras ideas.
La curtida gente de esta sierra teme que la capacidad de espanto dure un telediario y que la catástrofe pase a engrosar el listado de temas del periodismo aniversario. Por eso entre el humo, ese que ha hecho vomitar a muchos de los que han sido parte activa de los trabajos de extinción, son varios los que conminan a la reflexión: piden turismo para la zona y que lo sucedido cambie mentalidades y mude la política forestal.
Las conversaciones, que pueden llegar a provocar terribles escalofríos, discurren entre lo que se ha salvado y lo que se ha ido. Las viñas del fallecido Luciano, un lugareño que ponía nombre a cada racimo, forman parte del segundo listado.
Hay tuberías ardidas, y problemas por ende con el servicio de agua; áreas sin internet por la fibra quemada, y otro tanto de lo mismo con el suministro eléctrico.
Hay alcaldesas y alcaldes que han estado hurtando horas al sueño. Como el resto de ciudadanos.
La actividad, con todo, está regresando a la zona de manera notoria.
Entre los que iban a ser viajeros fijos, ha habido muchas cancelaciones. Demasiados tachones en las fondas y hospederías.
La producción de la miel sufrirá una merma, pese a las colmenas de abeja que han sobrevivido.
Sea como fuere, y hasta donde se pueda, salvar las cuentas domésticas pasa inexcusablemente por recuperar la normalidad. ¿Pero quién cura el daño moral sufrido?
Hay en los negocios rostros desencajados, lágrimas, rechinar de dientes, rasgadura de vestiduras, sesiones de psicólogos y corazones negros...
Y hay, entre todo eso, quienes han tomado la determinación de hacer de la gestión de esta tragedia su misión fundamental en la vida.
Los hay incluso que han perdido su trabajo por no acudir a sus puestos durante días para ayudar al apagado.
Con un estoicismo sorprendente, de palmadas en la espalda y lisonjas casi nadie quiere saber.
Hay niños que juegan y que tienen los pies negros. Como también el pelaje sus mascotas, perros de todos los tamaños y razas, y felinos.
Hay pequeños animales calcinados, como un sapo con el que una menor se ha topado. Hasta ha quedado abrasado un maniquí, una estatua de mujer del valle del Lor.
Un hombre, asaltado por los recuerdos, suelta con amarga ironía que "no ha pasado nada que no se arregle en cincuenta años". Va con su mastín y aprieta el paso hacia la vivienda, una construcción popular, donde ya hace que los dos decidieron quedarse para siempre.
El único color en el secarral lleno de escombros que hoy rodea esa casa de piedra y pizarra es el rojo de sus ojos inyectados en sangre.
Eugenia comenta que no dará el paseo largo que hasta hace una semana formaba parte de su rutina hasta, al menos, la próxima primavera.
Con su decisión en caliente puede ahorrarse parte de la dosis del paisaje calcinado, pero no toda.