El yacimiento costero de Adro Vello, en O Grove, tiene semejante potencial que a muchos cuesta creer que lleve décadas prácticamente abandonado a merced del paso del tiempo y las inclemencias. Tres han sido las intervenciones realizadas durante este tiempo, aunque de real calado fueron las excavaciones ejecutadas entre los 80 y los 90; el resto se trataron más bien de sondeos y prospecciones. Los resultados arrojaron estructuras constructivas, cerámicas, la famosa moneda de la Traslatio –la primera en representar la leyenda cristiana de la entrada del Apóstol por la ría y que data del reinado de Fernando II (1157-1188)–, un ara de culto a la deidad Deverios, más de 200 tumbas –que se sepa– y restos óseos repartidos más allá de las lindes del vallado que perimetra el grueso, etc., etc.
Desde aquel primer trabajo del antropólogo forense José Carro, hay unas conclusiones bastante claras: allí hubo una factoría romana de salazón y una villa (siglo I-IV d.C.); sobre ella se levantó una necrópolis de inhumación con diez niveles de enterramientos. También está documentada una iglesia altomedieval de planta basilical y cabecera cuadrada, documentada a finales del siglo IX d.C., pero que conserva piezas ornamentales de hechura visigoda; así como un posible conjunto defensivo bajo-medieval. Y ni a un kilómetro, en Punta Castriño, aparecieron en 2002 los hallazgos más antiguos hasta la fecha: restos calcolíticos, es decir, relacionados con el uso de los primeros metales por parte la humanidad, lo que corrobora además la existencia del castro. Esto atestigua que “durante a Idade de Ferro (...) O Carreiro segue habitado. Pero será en época romana, cando se instale a factoría da salga, en que se permita a explotación dos recursos mariños”, según el decreto de la Consellería de Cultura de inicio del expediente para declarar BIC el conjunto.
Así las cosas, este yacimiento es hoy como un tetris. La propia Xunta reconoce que sería precisa una reexcavación –después de una urgente limpieza y protección– así como una lectura de las relaciones estratigráficas de las estructuras halladas, es decir, poner orden para poder “interpretar correctamente a súa secuencia construtiva e histórica e, consecuentemente, a súa explicación ao público”.
La superposición de estructuras de cronología y funcionalidad tan diferentes ya lo hacen de por sí un yacimiento “complexo”, con dificultades, añade, para concretar el origen y tipo de cada una de las encontradas, pero nadie duda de su valor por todo lo inexplorado aún –bajo la carretera hay más– y, sobre todo, por su contrastada larga ocupación. Todo su ser lo convierten “nunha das zonas arqueolóxicas máis importantes do noroeste peninsular pola potencialidade da información que pode achegar sobre os habitantes da comarca do Salnés na antigüidade e ata a época moderna”.
Parece claro que la zona estuvo ocupada desde tiempos prehistóricos y sus usos religiosos y de enterramiento se mantuvieron durante 13 siglos, entre el siglo V y hasta el XVIII, cuando los vecinos cesaron el culto junto al mar y levantaron la actual iglesia de San Vicente hacia el interior, pero a escasos 600 metros. De hecho, tanto esta y elementos como la rectoral y el hórreo;, así como las fábricas ‘modernas’ de salazón (Pons, Ferrer, Carreiró y Triñanes), incluso parte del dominio marítimo y zonas rocosas frente a la playa de O Carreiro –donde aparecieron restos humanos de cronología indeterminada–, se han incluido en el ámbito de protección, por que el valor cultural de Adro Vello “compre analizalo en combinación” con toda esta variedad de elementos del entorno, que no dejan de ser otras piezas del puzzle de la historia del lugar.
La aparición de restos humanos en esta parte del litoral no es algo extraño. Han sido varios los episodios y vinculados siempre al yacimiento. De hecho, la necrópolis ofrece una “oportunidade única para estudar os ritos e os costumes funerarios ao longo das distintas épocas no Salnés, nas Rías Baixas e no noroeste peninsular”, explican desde la Xunta. De aquella primera excavación del doctor Carro consta que aparecieron cráneos trepanados y osteomelitis en alguna extremidad.
Y en cuanto a la época romana, la fábrica de salazón “é unha das mellor conservadas no noroeste”. Los investigadores encontraron restos “ícticos” (pertenecientes a peces) y aunque la evidencia era “escasa”, fue “imprescindible para analizar as especies para salgar ou facer salsas en época romana”. Restos como los hallados en la prospección de 2017, realizada por un equipo de la Universidade de Vigo, y que eran como una especie de pasta de nada menos que 1.700 años de antigüedad. Pero la consellería también señala como importante la colección ostearqueológica (relativo a los restos óseos y su estudio) porque “está a producir información destacada para coñecer o pasado de Galicia ao estudar a súa alimentación”, y sería una pieza clave “para entender a transición entre a Idade Media e a Idade Moderna na galicia rural”.