“Y si te da un infarto en el mar, ¿cómo haces?”, le preguntó la alumna de un instituto de La Gomera a Javier Babé; una duda producto del muy humano sentimiento de temor a la muerte y sobre todo, del miedo a verse perdido simplemente por no estar en el lugar adecuado. Pero no en el caso del experimentado capitán, que le respondió entre risas y con naturalidad: “Pues mira, me muero, me tiran al agua y como yo he comido mucho pescadito en mi vida, que me coman los pescaditos creo que es una cosa bastante justa”. Fue como una premonición.
El ideólogo y alma del Reto Astrolabio falleció el 29 de marzo tras sufrir una crisis cardíaca y tan solo a tres jornadas de culminar este sueño de cruzar el Atlántico como lo hicieron los antiguos navegantes hasta el siglo XVII, navegando por estima, con la única asistencia del rudimentario astrolabio, relojes de sol y arena y la observación del sol y las estrellas, y por supuesto, su experiencia y pericia. ¿Pero entonces se cumplió el reto a pesar de no haber llegado a la isla caribeña La Deseada? A efectos prácticos no.
Ante la emergencia médica fue preciso abrir el cofre con los aparatos modernos sellados bajo notario para buscar ayuda, pero que más da. ¿Acaso el triunfo de la vida es la meta, su final, la muerte? Es cómo se llega, el camino, así que nadie duda del éxito. Fue en ese momento, cuando volvieron al siglo XXI, cuando descubrieron que el rumbo trazado por la maestría de Babé, calculando literalmente a ojo la longitud en la inmensidad del mar –si iban hacia el este o el oeste–, solo presentaba dos millas de diferencia del camino a seguir; era la 42 vez que cruzaba este inmenso océano.
“Yo porque estaba allí y sé que no se hizo trampa, pero si no, no me lo creería ‘nin cheo de viño”, cuenta el doctor y tripulante Antonio Grandío en el documental sobre esta aventura emitido el sábado en la TVG y que se puede ver en su plataforma de streaming.
Fue él quien atendió al lobo de mar, capitán de la primera expedición española a la Antártida, en 1982. Logró estabilizarlo y permaneció consciente durante algunas horas e incluso “disfrutó cuando se lo dijimos. La única pena es que no pudo llegar al destino habiendo hecho algo que parecía imposible”, explica.
Por decisión de su familia y en cumplimiento de ese deseo que él mismo avanzó a aquella joven estudiante, su cuerpo fue debidamente amortajado, amarrado al ancla de respeto y lanzado al Mar Caribe. Las consultas realizadas a un abogado experto en derecho marítimo ofrecieron la seguridad jurídica necesaria a una tripulación devastada por la pérdida y rabiosa por el comportamiento de un crucero norteamericano que, por un momento, ofreció un rayo de esperanza, pues suelen tener un hospital a bordo y estaban a dos jornadas de travesía del radio de acción de los helicópteros de salvamento.
“Fue un absoluto fracaso”, cuentan, señalando que su capitán no permitió soltar una lancha de salvamento y les obligó a situarse en paralelo a su enorme costado para realizar la evacuación de Babé por una de sus puertas laterales, algo difícil, pero sobre todo peligroso. Para cuando iban por el “cuarto intento”, había fallecido. No dudaron en enviarle un mensaje: “O que acaba de morrer era colega seu e vostede sabe que podía ter feito algo por salvalo”.
El silencio se instaló a bordo del “noble e fiable” velero del Reto Astrolabio, “La Peregrina”. Un casco que durante 15 días estuvo lleno de compañerismo y de buen ambiente, como señalan sus protagonistas en el documental dirigido por el periodista y navegante Alejandro Diéguez, que fue parte de la tripulación.
Cuando no estaban trabajando en el gobierno del barco, pasaban los días leyendo o escuchando los acordes de guitarra de Jose Durán, “Jobó”, que les enseñó una bonita canción de su tierra: “Nosa señora do Carmen, que nos dea o vento en popa, que somos de Vilaxoán e traemola vela rota”.
El equipo lo completaban otros navegantes también experimentados como José Cuiña y Cristina Gómez, la viuda de Babé, con la que ya soñaba esta proeza hace veinte años, pero en una dorna, nada menos, que llegó a ser construida por los Garrido de O Grove y bautizada como la “Irmandiña”, aunque el viaje no salió adelante por diferentes circunstancias.
El cámara y fotógrafo Thomas Dylan Harris documentó toda la experiencia y era el único, junto a la escritora Cynthia Menéndez, que nunca antes había vivido una travesía de tal magnitud. Gracias a su trabajo y al del narrador en tierra, el laureado escritor Alfredo Conde, el legado de esta tripulación se salvaguardará para siempre.
Salieron un 27 de febrero desde A Illa de Arousa hacia La Gomera y allí, como hizo Colón en 1492, antes de embarcarse hacia el Nuevo Mundo, se hicieron con las provisiones necesarias y se despojaron de todo aparato moderno, incluidos los relojes tradicionales, para guiarse, por el punto de fantasía, como le llamaban los renacentisas a la navegación por estima. La única modernidad era el gas de la cocina, un teléfono satélite con el que mandaban mensajes unidireccionales con la posición que pensaban que llevaban, así como un sistema automático, escondido para ellos, que emitía su ubicación real.
Allí también fueron despedidos con honores, con un mensaje de concordia y paz que llevar a América en silbo gomero. Así, como ya se hacía siglos antes, salieron en busca de los vientos alisios y la corriente ecuatorial del norte que les dieron el impulso necesario para cumplir el sueño de Babé, pero al final también cumplieron una proeza.