El cáncer de la democracia

Advierte Nicolás Sartorius (“Siempre en la izquierda”, Fundación 1º de mayo) que “La corrupción es el cáncer de la democracia, es su mayor riesgo, mucho más que el terrorismo, porque a este se le vence. De hecho, el terrorismo está vencido”.


Pues ese cáncer de la democracia, que creímos erradicado después de dolorosas experiencias (la Audiencia de Sevilla acaba de condenar a prisión ex líderes de UGT Andalucía por el saqueo de fondos a parados), reaparece ahora con otros protagonistas y, según el diagnóstico de la prensa, la UCO y la Justicia, la metástasis alcanza al Gobierno, al partido que lo sustenta y probablemente con más ramificaciones. El modus operandi es el de siempre: negocios turbios, viajes misteriosos, nepotismo y tráfico de influencias, comisiones y mordidas a destajo y otras formas de conducta abominables.


También dice Sartorius que “la izquierda no solo es política, es una ética, una moral… Hay gente que si hubiera sido coherente a lo mejor no habría sido ministro o no hubiera aceptado ciertas cosas, en política no se puede aceptar todo… El drama de la izquierda es que la gente te vea igual que la derecha”, sentencia. Por eso, la conclusión de muchos ciudadanos es que “todos son iguales”, aunque el veterano político recuerda que “la mayoría de los políticos no son corruptos”.


Pero visto el lodazal de presunta corrupción en torno al Gobierno y al partido que lo sostiene cobra actualidad lo dicho por el senador argentino Eduardo Duhalde en 2001: “Tenemos muchos dirigentes de mierda, corruptos, delincuentes, inmorales…”. Palabras que describen la realidad en esta España de políticos que venían para regenerar la vida pública y han sucumbido a la corrupción por ambiciones personales de poder y falta de diligencia para erradicar comportamientos inaceptables.  


“La democracia y la ley están por encima de los partidos políticos… mi forma de hacer política no es compatible con la de una mayoría de mi partido…”, dijo el “depurado”  dirigente de la Federación Socialista Madrileña. Juan Lobato se negó a cometer un delito y fue acorralado por su partido hasta que presentó la dimisión. Así actúa este poder que gobierna: defenestra a políticos decentes.  


Que un gobierno y un partido que se dicen progresistas y de izquierdas se aparten de la legalidad y estén rodeados de escándalos resulta demoledor para los españoles honrados que pasan mil sacrificios para llegar a fin de mes, mientras los que deberían ser ejemplares roban o consienten que se robe, eliminan todos los controles y colonizan las instituciones en su beneficio, que es otra forma de corrupción que destruye la confianza en la democracia misma.  


Combatirla, además de leyes y sanciones, requiere la voluntad firme de políticos y partidos para extirpar este cáncer de la democracia. No parece que ellos estén en ese escenario.

El cáncer de la democracia

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