Esta mañana, la mayoría de los hogares habrán amanecido con algún que otro regalo.
En general, serán los más pequeños los más agasajados, pero también, algún que otro mayor, aprovechará la ocasión para sustituir, mejorar e incluso surtirse de objetos que le gustan o que simplemente cree necesitar.
Algunos de ellos, aprovecharán la fuerza de sus majestades-que por desgracia o por suerte no es igual en todas las familias-, para exhibir sin pudor y de una forma más o menos sutil según la educación y el pundonor de cada cual, lo que los de Oriente hayan tenido a bien dejar en cada morada.
Y la ordinariez hará gala en los más vulgares que, sin ningún tipo de reparo, enseñarán hasta la saciedad lo ricos que son o pretenden parecer, mientras que otras personas no tendrán casi nada que mostrar o, simplemente, no querrán hacerlo por respeto al personal.
Los Reyes Magos son para los niños. Es su fiesta y su ilusión. Los adultos, si recibimos alguno o varios cariños, deberemos dejarlos en un segundo plano y comprender que no se trata de obsequios materiales, sino de magia. La magia de saber, creer o pensar que hoy es un día especial porque así lo viene siendo desde tiempos inmemoriales. Nada más. Una fiesta navideña, afortunadamente la última de ellas, en la que nos reuniremos por última vez tras esta maratón de comilonas, para tratar de ordenar nuestras vidas y nuestros bolsillos a partir del lunes y si las rebajas nos lo permiten.
La Navidad se marcha y, con su fuga, debemos comenzar a poner en marcha esos buenos propósitos que nos hemos planteado para este dos mil veintitrés que promete si todos ponemos nuestras energías en superar nuestras obsesiones, complejos o miedos y ponemos toda la carne en el asador para ser mejores personas, más solidarios y muchísimo más humildes. Porque en la humildad radica la esencia de los buenos seres humanos, lugar en el que suceden, germinan y crecen las cosas más bonitas.
Lejos de competencias, envidias y egos encontrados y, muy cerca, de los caminos del bien. Lugares en los que las cosas salen favorablemente no por suerte, sino por contención y esfuerzos en la buena dirección, que no es otra que la que nos lleva hacia el amor hacia nosotros mismos, clave para poder querer a los demás por encima de todo y sembrar la esencia de un mundo mejor. Esa es mi carta a los Reyes Magos.