Me he llenado de voces que no se ponen de acuerdo entre sí. Son las que tengo dentro después de años leyendo a buen ritmo. Son las que tengo fuera después de años de compartir con otros lo leído. Palabras, más palabras, hiladas con la propia vida. Los libros nos cambian, son peligrosos, tanto o más que las ideas.
Si escribo es para localizar consuelo, si leo es para proporcionarme una forma de salvación, para no enloquecer ni enfermarme, para, y esto es lo más importante, huir de cualquier relato hecho a medida, de las respuestas fáciles que nos llegan vestidas de única verdad posible.
Mis inundaciones diarias se han vuelto insignificantes y sigo como desbordada por las aguas que anegaron vidas, casas, pueblos. La crecida no se llevó la confrontación y ahora hace unos días que apagué la tele. De cómo la Terreta va emergiendo me informo gracias a lo que cuenta desde la esperanza, y mientras arranca el suelo podrido de su casa, mi amiga Carmen, desde su bonito pueblo, Picanya, y desde esa parte de ella que todavía no se ha inundado. No le he preguntado a Carmen Amoraga cómo va su Memoria infiel, el libro que acababa de publicar antes de la riada. No hace falta, sé que ella acabará escribiendo fiel a lo que acontece ahora.
Lo que sucede ahora es una DANA y me encuentra releyendo a Luís Sepúlveda en Un viejo que leía novelas de amor, libro que tengo que comentar en una tertulia programada meses antes de las lluvias. Cuando lo abro encuentro varias notas que dejé en lecturas pasadas, fragmentos, por ejemplo, de Hojas de hierba (1885), de Walt Whitman: «Somos seres maravillosos que pertenecemos a la tierra y que sin ella nos somos.» Y recuerdo que tendré que hablar sobre la dicotomía civilización barbarie, sobre la vejez y la soledad, pero que el tema principal será la destrucción del Amazonas. ¿Quizá parte del descuido al que lo hemos sometido nos esté dando las respuestas ahora?
Hemos convertido el Amazonas en un territorio de paradojas: en el río más largo y más caudaloso del mundo, miles de personas no pueden beber; en la zona con más biodiversidad del planeta mueren miles de animales y plantas cada año; la región de los grandes humedales se tiñe con frecuencia de fuego y humos. Allí donde antes se absorbían miles de millones de toneladas de CO2, ahora se emite más de lo que se retiene. Hemos enfermado el pulmón del mundo. Cerca del invierno hace calor, un día hablamos de sequía, otro, de lluvias torrenciales.
No estoy quitando barro, ni discutiendo en el Congreso. Solo inicio una humilde tertulia literaria. Digo: el Amazonas es una de las regiones más importantes del mundo en la lucha contra el cambio climático. Este libro se escribió en 1989, está dedicado a Chico Mendes, «querido amigo de pocas palabras y muchas acciones» y en defensa de este «el único mundo que tenemos».