Hoy es un día especial para mí. Una jornada de esas en las que a una le ha dado tiempo a hacer balance de su vida y a dar forma-se espera que con acierto- a decisiones que se vienen gestando desde hace años.
Todos los seres humanos pasamos por buenos y malos momentos y, también, por los que aparentando ser los primeros acaban transformándose en los segundos y al revés. Supongo que la cuestión consiste en seguir caminando, aunque sea sobre un tacón, como un perro mojado, con los ojos saltones y perdido en la gran ciudad.
Por avatares de la vida que poco tienen que ver con una, así me sentí yo hace varios años y hoy soy feliz-entre otras cosas-, por poder narrarlo sin dolor.
Y es que, a veces, el desgarro se convierte en fortuna a medio plazo. Primero porque te invita a continuar descubriendo y, después, porque te hace fuerte. No hay nada que fortalezca más que el dolor.
Ni soy la primera ni seré la última que haya sido engullida por las fauces de la aflicción. Quien más o quien menos se ha llevado uno o varios varapalos a lo largo de su vida. No es nada especial. Lo que sí puede resultar de cierta ayuda para otros es el hecho de poder mirar atrás con cariño y sin resquemor e, incluso, sin ningún deseo de borrar el pasado a pesar de los mares de crueldad por los que en alguna etapa tocó navegar.
Hoy es mi día porque reúno a los que me importan y a los que yo les importo. Porque en la vida, a veces, es necesario convocar para saber quiénes son los que son y para abrazar, ensalzar la amistad y recordar que, además de meros contribuidores, somos personas. Personas llenas de defectos y virtudes, complementarias y a veces opuestas, que nos queremos porque aquí seguimos y, sobre todo, porque ni los años ni los daños han logrado que dejemos de respetarnos.
Así que desde estas líneas animo a todos los que tienen la suerte-por ser simplemente como son-, de tener amigos, de haber superado dolores, de fabricar nuevas expectativas o de afrontar nuevos retos; que intenten contagiar su alegría y fortaleza a un mundo podrido entre el desánimo y la mediocridad.
Que luchen por ellos y, de paso, por todos. Pónganse un vestido viejo, mírense al espejo y recuerden que una vez tuvieron un sueño que perseguir. Renueven sus espíritus y persíganlos de nuevo, porque mientras hay vida, hay esperanza.