Ni Maduro ni podrido

No entenderé jamás a aquellos que le ven la gracia e incluso encuentran virtud a esos energúmenos que son los dictadores. En esa desalentadora estupefacción deseo referirme a los que ahora le hacen la ola a Maduro. Un ser capaz, en lo grotesco, de jibarizar constituciones, de telepredicar en público y servir en privado de monigote a los bastardos intereses que sostienen a estas omnipresentes presencias; a las que me niego a calificar por respeto a los adjetivos que hacen referencia a nobles semovientes. Ni insultos merecen quienes no se merecen como seres singulares y pensantes, y él no lo hace, y quienes los defienden deberían reflexionar sobre tan elementales carencias.


En este hombre se personifica el clan que lo sostiene; poco importa su verborrea ideológica, para un fin de saqueo económico. Vicio de otras democracias, es cierto, con la terrible salvedad de que bajo su bota se ahoga, sin derecho, el pueblo venezolano.


Es un crimen mostrar simpatía por personajes de esta calaña, como antes lo fue respecto a otros tiranos. Ninguno merece respeto, porque ni se respetan ni saben respetar a sus conciudadanos, sometiéndolos, so pretexto de una idea social e ideológica, a un régimen de terror. Un derecho impropio de un individuo o un colectivo, lo «siglen» como quieran o tilden de utópico, porque no consiente la utopía ser cómplice de la mayor de las perversiones que puede cometer un ser humano, la de sojuzgar a otros hombres.

Ni Maduro ni podrido

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