Entender de pie es un imposible, se tiene uno que sentar, mejor tumbar, y dejar que la realidad sople brava en las altas copas de la arboleda de la indiferencia, como si no fuesen contigo, como si fuesen cosa de otros y por esa estúpida razón no te importaran.
La honestidad en el compromiso de entender y participar pasa por la necesidad de desentenderte y no participar, para así poder alcanzar a entender que no debes entender, que todo a tu alrededor te invita a no entender; para así poder permanecer de pie y laborar, para que todo ese mundo que abroga nuestra realidad pueda seguir girando y en ese criminal vórtice devorándolo todo, con la naturalidad que lo hace aquel que toma por suyo lo que no lo es.
Nos puede la rabia, es eso, y aquellos que nos gobiernan lo saben, pero lejos de socorrernos en esa terrible desazón, la atizan con saña, como único remedio, último fin y por principio.
Seres, no sin razón, sostenidos por la rabia: trabajos precarios, paupérrimos salarios, abusos por doquier, vivienda por las nubes hasta en los bajos, colas en sanidad, precarias escuelas, malos hospitales… Y frente a este panorama de rabia, la sola esperanza de los muchos desgobiernos y sus ideologías de hornacina. Vacuas improntas de lo que en su día fue pensamiento y en esa naturaleza esperanza. Hoy que no se puede entender de pie, se debe uno arrodillar, lleno de fe, a los pies de cualquier sacerdote de la rabia, de nuestra rabia: ni eso ponen.