Tinta invisible

A finales de la década de los 60, el etnólogo alemán Kurt Ranke introdujo el término homo narrans. Según esta concepción, en la que han profundizado numerosos científicos, contar historias es una característica fundamental de la condición humana que nos permite comprender y dar sentido al mundo que nos rodea.


Quizá por eso, Paul Auster afirmaba que «Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. Tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas».


El escritor coruñés Javier Peña dice en su libro ‘Tinta Invisible’ que «Las historias son tan serias que, según escribió el crítico estadounidense Harold Bloom, no somos los seres humanos los que las hemos inventado a ellas, sino ellas las que nos han inventado a nosotros».


Es imposible llegar a otra conclusión: estamos hechos de historias. Los relatos no solo reflejan la realidad, sino que la moldean. La literatura es más que un producto humano: es una fuerza que nos configura como individuos y sociedades, que nos enseña a ser, a sentir y a pensar.


Las historias han forjado el carácter de la humanidad. En ‘Tinta Invisible’ hay una que había olvidado. Es la conversación entre el protagonista de ‘Niebla’ y su creador. Augusto Pérez atraviesa una crisis existencial que le hace cuestionar su propia realidad. En su búsqueda de respuestas, decide consultar al escritor Miguel de Unamuno. Para sorpresa de Augusto, Unamuno le revela que él es una creación literaria, un personaje ficticio sin existencia real. Este descubrimiento lo sume en una reflexión profunda sobre la identidad y el destino, desembocando en una conversación filosófica sobre la naturaleza de la realidad y la ficción.
Creo que esta lectura tiene la culpa de que no soporte que otros hablen de mí. A mis espaldas, claro. Y de que yo no suela hablar (o escuchar hablar) de la vida de otras personas. Si algo tengo claro es que cada uno de nosotros tiene que narrarse en primera persona, sin intermediarios que distorsionen su esencia.


No es un impulso; es una necesidad. Desde luego, yo no estoy dispuesta a pasar de protagonista de mi vida a un personaje diseñado por otros. Más que nada, porque ponerme la piel de alguien que no soy, y habitar un relato impuesto, supondría olvidar lo que soy en realidad.


Pero, ¿cuántos vivimos nuestra propia historia y no la que otros nos asignan? ¿Te has parado a pensarlo alguna vez?


‘Tinta Invisible’ es uno de los libros que más he subrayado en los últimos años, porque me ha hecho reflexionar. Otra de las citas que he marcado es de Salman Rushdie en ‘Hijos de la medianoche’: «La mayoría de las cosas que importan en nuestras vidas ocurren en nuestra ausencia». Si he de ser sincera, esta afirmación me da miedo. Porque, si es así, ¿qué pasa cuando no te lo cuentan? ¿Puede alguien negarte el derecho a conocer las cosas que realmente importan de tu propia vida?


No somos conscientes, pero casi siempre guardar silencio supone negarle a alguien el libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones, de elegir, de trazar su propio camino. Las historias no contadas tienen algo de ruin y mucho de lamentable. Como dice Javier Peña en ‘Tinta Invisible’, «Para que una historia esté completa, debe ser compartida». Porque las historias tienen una tendencia natural a emerger. Siempre dejan huella, como todo lo que haces en Internet, incluyendo whatsapp y redes sociales, por poner un ejemplo cercano. Podríamos parafrasear a David Foster Wallace en ‘La broma infinita’ (otra cita presente en ‘Tinta Invisible’) y decir que las historias no avisan, «siempre salen de golpe de un callejón vestidas con gabardina y te sueltan un psst». Y, cuando salen a la luz, tienen el poder de convertir en villano a quien las mantuvo en la oscuridad.

Tinta invisible

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