El vigilante ha muerto

Trump pudiera ser delirante y, como todos, distante de la razón, y si así fuese, sería cuestión de profesionales de salud mental y casas de locos, pero la suya es, a decir de Occidente, el blanco palomar de la libertad en el mundo. Poco más se podía decir de una casa donde salían todas las órdenes que ordenaban el mundo a su antojo y propios intereses, pero en el que la vieja Europa necesitaba creer, para poder creer en ella, tanto como para descreer, como ha hecho. 


La noticia es que el vigilante ha muerto a manos de un fantoche decadente que rompe la guerra fría con la misma frialdad con que comenzó, abrazándose a un tirano de igual envergadura ética que aquellos contra los que combatieron, pero con una notable diferencia, aquellos maniataban a su pueblo en nombre del marxismo y este lo hace con lo peor del capitalismo. 


Los modos, los mismos, la diferencia, notable. Rusia ya no es el bastión de un ideario emputecido pero capaz de confrontar con el capitalismo, sino lo descarnado de esa idea. Y siendo así, ¿por qué había de discutir América con quien puede ser su socio preferente en la hora del reparto del mundo en aquello que el mundo tiene de valor? Efectivamente, no hay razón. Mejor el reparto comercial, sin fantasmales ideologías y libertades que defender.


A esta mesa de dos patas le faltaba América y acaba de llegar. Ser chino, ruso o americano ya no es progresista o conservador, ni marxista o capitalista; es un deber.

El vigilante ha muerto

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