Los que vivimos en familias estructuradas venimos a ejercer de ministros de economía domésticos. Y, sabemos, por experiencia, que cuando disminuyen los ingresos hay que disminuir los gastos, porque, si no lo haces así, unos señores de negro llegan un mal día y te embargan el piso, o te echan si vives de alquiler. España, en cambio, está gobernada por unos tipos extraños que, cuanto más pobres somos más aumentan los gastos, y hay más ministros, y más asesores, y empleados públicos en instituciones que a los analfabetos en economía nos parecen perfectamente prescindibles.
Y, claro, no podemos resistir la tentación de pensar que España es una familia en la que, a medida que tiene menos ingresos, aumenta la plantilla de choferes, jardineros, doncellas y mayordomos.
Hay empleados que son imprescindibles: los sanitarios, los educadores, los jueces, los policías y los que se encargan de nuestra defensa... Pero mientras no podemos prescindir de los médicos observamos que los ministros parece que cada vez son más tontos, porque cada vez necesitan más asesores. Es como si, en una empresa privada, los altos ejecutivos encargados dirigirla, aumentaran la plantilla con cientos de personas dedicadas a asesorar a quienes la pilotan.
Somos más pobres y, además, nos estamos endeudando cada día más. Y en las deudas hay que pagar intereses y hay que saldarlas. Las nuestras son tan altas que salpicarán a nuestros nietos. Pero quienes gobiernan están más interesados en las próximas elecciones que en nuestros nietos y los suyos.
Pedro Sánchez ha aumentado la plantilla en 279.600 empleados. Y algunos serán necesarios. Pero cuando me entero, por ejemplo, de que el Ministerio de Igualdad ha subvencionado un estudio sociológico para llegar a la conclusión de que el color rosa está asociados a las chicas, sospecho cuántos despilfarros más estaremos subvencionando con los impuestos que pagamos a quienes, en lugar de administrar, nos están empobreciendo hasta las dos próximas generaciones.