Pocos, o prácticamente nadie, conocen en O Salnés a Josefina Blanco Tejerina. Su nombre ha quedado olvidado en los libros de Historia e incluso ha sido borrado como protagonista en las publicaciones más artísticas, un círculo en el que se movió con frecuencia durante décadas. Su nombre ha quedado ligado al de su ilustre marido -más tarde exmarido- Ramón María del Valle-Inclán que, por el contrario, sí recibe homenajes año tras año tanto en el margen norte como en el sur de la Ría de Arousa. Lo cierto es que Josefina Blanco Tejerina tiene un currículum por si misma y un pequeño lugar en la historia de O Salnés que va más allá de que sus restos y los de su pequeño hijo Joaquín estén depositados en el cementerio cambadés de Santa Mariña.
Leonesa de nacimiento su vida ha sido reconstruida por su nieto, Joaquín del Valle-Inclán. No fue fácil. Se ayudó de la prensa de la época y de unas escasas cuartillas que Josefina Blanco dio a conocer a modo de memorias. La actriz nació en el año 1879 de un matrimonio humilde. De hecho su primer apellido -Blanco- lo heredó de un padre que recibió el mismo nombre que todos los niños acogidos en la casa hospicio. Fue la falta de su madre cuando ella solo tenía cinco años lo que marcó para siempre su vida. Se fue a vivir con su tía Concepción Suárez, actriz de profesión, que la introduciría é el mundo del teatro del que no se bajaría durante muchos años. Empezaba una gira por ciudades de toda España enlazando funciones de las que siempre recibía el aplauso de la crítica. Su primera aparición, con solo cinco años, fue en “La pasionaria”, de Leopoldo Cano. En una entrevista llegó a reconocer que no tenía pasión por la interpretación, sino que le vino dada, sin más. Cierto es y tras ese papel llegaron otras muchas interpretaciones de personajes de obras de Dumas o de Echegaray entre otros. La crítica la destacaba como “una de las mejores ingenuas del teatro de la época”, un papel que ella misma confesaría que no la llenaba y que la llevó a abandonar los escenarios. Claro está que la aparición de Valle-Inclán en su vida -primero como amigo y más tarde como marido- marcó su carrera. Sobre todo porque algunas publicaciones ya empiezan a referirse a ella como “la mujer de”. Actuó en obras del ilustre vilanovés, pero dicen que fue su menuda estatura la que la condenó siempre a papeles secundarios que, junto a las obligaciones familiares que a las mujeres se les consideraban obligadas en la época, la retiraron de los escenarios. De ella se había dicho, en todo caso, que poseía una sensibilidad exquisita que la habría llevado a sacar adelante cualquier papel. Sin embargo prefirió la tranquilidad del hogar.
En 1932 decidió separarse de Valle-Inclán. Fue la primera mujer en dar el paso en España. A la muerte del escritor gestionaría y divulgaría su obra. Siempre en un segundo plano, pero con una carrera más que constatada.