Vamos por la vida con el ceño fruncido, enfrascados en el móvil o mirando sin ver. Pero una mañana lluviosa sale un arcoíris doble y nos convertimos en los osos amorosos. Y todo son sonrisas mientras miramos al cielo y (el siglo XXI es así) corremos a inmortalizar el momento. Para que luego digan que ya no valoramos las cosas sencillas.