España tiene dos embajadas en Roma: la una es ante Italia y, la otra, ante el Estado Vaticano. La más importante es esta última, porque Italia es un país importante, pero con sólo unos sesenta millones de habitantes, mientras el Vaticano extiende su influencia sobre cerca de mil millones, quinientos millones de católicos, repartidos en los cinco continentes. Teniendo en cuenta que la población mundial es de algo más de 7.000 millones, quiere decir que, de cada cinco seres humanos, uno de ellos es católico.
Esa importancia, tanto cuantitativa y cualitativa obliga a que los sucesivos Gobiernos de España cuiden con especial cuidado a quién mandan de embajador al Vaticano, casi con el mismo esmero con el que se elige quién va a ostentar la representación de España ante Washington o ante la ONU, donde, por cierto, pasaron personas de tanto relieve como Inocencio Arias.
Isabel Celáa, por su inteligencia y por su preparación, podría ser una buena embajadora en cualquier parte, pero lo del Vaticano parece la misma provocación que si nombraran a Ione Belarra –reconocida antinorteamericana– como embajadora en Washington.
Es cierto que Celáa se educó en colegios católicos, y que el Gobierno declara que es católica, pero es también la autora, como ministra de Educación, de una de las leyes que más persigue la enseñanza de la religión, y que más beligerante se ha mostrado contra la enseñanza privada en la que ella estudió, y obligó a estudiar a sus hijas.
La enseñanza privada, en España, no es exclusiva de colegios religiosos, como las universidades privadas no tienen porqué ser confesionales, pero ella se confunde –o la confunden sus recuerdos– y va a ir al Vaticano con el extraño honor de que los niños españoles no sepan nada de Religión, ni de Ética, porque la Filosofía también fue desterrada en su proyecto educativo sectario.
Acompañé a Francisco Vázquez, y su esposa, en una visita a la embajada en el Vaticano, durante la elección del nuevo Papa. Y vi a miembros del personal llorar de emoción al ver a Vázquez. Puede que vuelvan los lloros, pero puede que sean de otra naturaleza.