Cuando se pierden los modales

Los libros del “saber estar”, de lo que antes se llamaba “urbanidad, usos sociales o  buenos modales”, que recogen las normas de comportamiento “homologadas” en la sociedad deberían ser de obligada lectura para todos los que ocupan cargos públicos.  


Los buenos modales no son simplemente una cuestión de cortesía, son la manifestación externa del respeto a valores más profundos, como la tolerancia y la aceptación de la legitimidad del adversario que piensa de forma distinta y, antes que un enemigo, es portador de otro punto de vista. Por eso, cuando los políticos los pierden se desmorona el respeto mutuo que debe ser un pilar fundamental del discurso democrático.


Traigo esto a colación a propósito de las expresiones de dos ministros del Gobierno que son dos ejemplos de malas formas que degradan el debate político, socaban la confianza de los ciudadanos y contribuyen a polarizar aún más a la sociedad.


El primero lo protagonizó el ministro de Transportes que llamó “saco de mierda” a Vito Quiles, jefe de prensa de Alvise Pérez, después de que el periodista le acusara de acudir en su coche oficial al concierto de la cantante country Taylor Swift en el Bernabéu. Tampoco es novedad. Este ministro protagoniza con mucha frecuencia salidas de tono con malas formas contra los que consideran sus “enemigos” políticos a los que dedica expresiones groseras que encajan en la mala educación.


El segundo ejemplo lo protagonizó la vicepresidenta Yolanda Díaz que dedicó un “a la mierda” a la bancada de la oposición y al presidente del Partido Popular cuando este concluía su intervención en una sesión de control al Gobierno. La vicepresidenta utilizó la misma expresión en un mitin de la campaña de las elecciones europeas para denostar a toda la derecha del espectro político, una muestra más de sus malos modales, reflejo de la poca responsabilidad que debería caracterizar su posición en la política y en el Gobierno. A falta de otros argumentos, recurre a estas expresiones soeces para socavar y denigrar a sus rivales.


Malos modales, como estos, indican la carencia de argumentos sólidos para el debate. Cuando los políticos recurren al ataque y descalificación personal, al insulto o faltan a la cortesía -lo que ocurre con mucha frecuencia en el Congreso- están enviando el mensaje de que “el otro” no merece ser escuchado, ni considerado. En el fondo, no tienen razones sólidas para mantener un debate centrado en los problemas y sus posibles soluciones y buscan desviar la atención de sus propias debilidades.  


Son muchos los ciudadanos que imitan el comportamiento de los líderes políticos, copian sus formas agresivas y despectivas que después proyectan en sus entornos enturbiando la convivencia pacífica. Es el “efecto contagio”, una consecuencia de los malos modales en el ámbito político. Una mala consecuencia. 

Cuando se pierden los modales

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