El Thor de Wall Street ha hecho trizas la aldea global con su política de fielatos a la medida de su inquina y el interés económico de su nación. Alzada en una cruzada bursátil sin precedentes que viene a revolucionar la vieja idea del colonialismo a pie de territorio y población, sustituyéndolo por un estrangulamiento de sencilla mecánica financiera, el desnudo arancel, pero de enorme eficacia en todos los ordenes, al abaratar costes.
Ni ejércitos de ocupación, ni autoridades coloniales, ni colonias, con el peso económico y político que implican. La idea es recrear esa misma sumisión y explotación por otros cauces menos expeditivos y en apariencia amables, en los que van a ser las poblaciones de esos territorios las que pidan ingresar en la órbita de la metrópoli, aportando aquello que se les exija a fin de mejorar las condiciones de comercio con esa área de influencia.
Maldad que me niego a atribuir al pueblo americano y sí a la voracidad mercantilista de sus élites especulativas y de hegemonía.
El fielato era una inocencia municipal, con el aseo de su garita, guarda y reglamento que, además del cobro del arbitrio, velaba por la salubridad de los productos que entraban en las poblaciones. Sin embargo, el fielato virtual de Trump prescinde de ese aparato administrativo porque su objeto no es el de recaudar un impuesto sino imponer vasallaje en la perversa idea de que no es lo mismo exigir que obligar a dar.