La riada de Valencia dejó más al descubierto una anomalía preocupante en democracia –otra más– como es la falta de comunicación entre el presidente del Gobierno y el líder del primer partido de la oposición.
Ni siquiera la mayor tragedia medioambiental sufrida por España, con consecuencias inconmensurables, consiguió que Sánchez abriera su teléfono para hablar con Feijoo sobre el impacto de la devastación de vidas y haciendas, sobre los paquetes de ayuda aprobados y sobre el plan de reconstrucción de tanto desastre. La relación entre ambos es nula desde que el presidente levantó un muro para aislar a la derecha y a él corresponde derribarlo.
En al ámbito personal cada uno elige a sus compañeros de cañas y a los amigos con los que compartir problemas o confidencias. Nada que objetar a que los dos políticos mantengan una enemistad personal y emulen a Ortega y Unamuno que, según una leyenda urbana, describían alguno de sus encuentros con la gráfica expresión “nos miramos, nos despreciamos y nos odiamos”.
Pero se da la circunstancia que Sánchez y Feijoo son los jefes del Gobierno y de la oposición, desempeñan funciones complementarias en la política nacional y del entendimiento de ambos depende la solución de muchos problemas de España. El Gobierno tiene la responsabilidad de gestionar los asuntos públicos y la oposición, además de mostrarse como alternativa, debe fiscalizar al Gobierno con una crítica constructiva y ser el contrapeso que garantice la rendición de cuentas y evite abusos del Ejecutivo.
Cuando estos dos actores no se relacionan ni se comunican se pierden oportunidades cruciales para el acuerdo y el consenso en la construcción de políticas públicas que respondan a las necesidades de la sociedad.
La ruptura de relaciones entre ambos es, también, una señal de inmadurez y de escaso compromiso con los valores democráticos. Su falta de diálogo indica que ellos y sus partidos priorizan sus intereses personales, partidistas y electorales antes que solucionar los problemas que preocupan a los ciudadanos, como son la economía, la educación, la salud, la seguridad o la inmigración.
En situaciones de crisis, como la de Valencia y en asuntos de interés nacional, la capacidad de respuesta rápida y coordinada es esencial, y esto solo puede lograrse a través de la cooperación y el diálogo entre los dos partidos mayoritarios, fundamental para alcanzar acuerdos, compromisos y pactos de Estado, esenciales para implementar políticas públicas.
En fin, que nadie les pide que se quieran, pero como servidores públicos se les exige que se entiendan, que pacten y acuerden con el sentido de Estado que requiere gobernar el país. Aunque ellos y sus acólitos estén más cómodos y entretenidos en peleas domésticas que solo sirven para golpearse política y partidariamente. España merece políticos con más altura de miras.