Es la crónica de un suceso más que anunciado. Y, si el Ayuntamiento y la Policía Local siguen sin valorar el problema en su justa medida y no aportan medios parar ponerle freno (eléctrico o no), pasará muchas veces más y con consecuencias aún más graves. Una mujer de 71 años fue arrollada el pasado miércoles en el Paseo Marítimo por dos (al parecer) jovencísimos usuarios de BiciCoruña, quienes, una vez perpetrado el atropello, se dieron a la fuga. Afortunadamente, parece que la víctima se va a recuperar, pero esto no puede tapar la gravedad del suceso ni su simbolismo.
Como veterano peatón que soy, reivindico mi derecho ancestral a andar despistado por la acera, sea esta la del Paseo Marítimo, la del Cantón Grande o la de la calle Miramar de Os Castros. Así iba por la calle, a mi bola, hasta que hace unos años empezaron a proliferar los obstáculos. Primero fueron las heces perrunas, que te obligan a caminar mirando hacia el suelo. Un fastidio grande, sí, pero nada que haga peligrar la integridad física, al contrario que los vehículos que, en los últimos años, se han convertido en los enemigos públicos número 1 de los viandantes: los patinetes y las bicicletas. Ahora ya atacan los dos juntos, pero en los últimos tiempos los primeros parecen haber ido a menos y las segundas a mucho más, en gran parte debido a nuestros impuestos, esos que financian el crecimiento de BiciCoruña, una iniciativa que de entrada merece nuestro aplauso pero que nos tiene a muchos coruñeses de uñas por el mal uso que se le da, sobre todo por parte de un sector muy concreto de la población.
Hace poco se retiró uno de los mejores ciclistas de nuestra historia, Alejandro Valverde, ‘El Bala’, campeón del mundo. A Coruña nunca ha parido un corredor de esta entidad, pero todo indica que lo hará en un futuro próximo dada la proliferación de balas azules, esas bicis eléctricas gentileza del Ayuntamiento que zumban a nuestro paso y, en ocasiones, te llevan por delante. Son una infracción rodante. Alquilan las bicis con los carnés de los hermanos mayores, circulan haciendo cabriolas o en grupos numerosos formando un pelotón amenazante, y, sobre todo, invaden constantemente las aceras y las zonas peatonales y, si el desprotegido (no lleva casco) peatón se lo reprocha, siempre replican que ellos van despacio y que tú eres un amargado.
El caso es que estamos poniendo un arsenal sin control en manos de la chavalada. Y luego pasa lo que pasa. ¿Qué arreglo hay? Quizá la tecnología permitirá en un futuro detectar si van o no por la calzada. Pero, por ahora, la solución pasa por educar a las balas azules (el Ayuntamiento llega muy tarde) o por multiplicar la sancionadora presencia del 092 en las calles, pero ya sabemos que encontrarse a un policía local en la vía pública es más difícil que ver a Bouldini marcando un gol.