Balance del año y predicción para el que viene. Así solemos rematar diciembre. Recurriendo al oráculo de Delfos, a la hemeroteca, a internet y a la inteligencia artificial. Desde los griegos hasta los usuarios de ChatGPT. De lo que pasó se suele ocupar nuestro sesgo personal, esa maravillosa mezcla de retención y distorsión selectiva que todos llevamos dentro, incluidas las líneas editoriales y los mismísimos algoritmos. De lo que pasará, en el fondo, lo mismo. Así que mientras las calles de la ciudad se llenan de tecnología y señales sobre la ZBE (zona de bajas emisiones) y los políticos profetizan que no habrá limitaciones de tráfico, o mientras Europa aumenta su gasto militar con un ojo en Trump y otro en Putin, permítanme reírme un poco de algunas de nuestras técnicas de predicción. Incluidas las más científicas.
Cuando los científicos comprobaron que el tarot o el i ching no eran del todo precisos, inventaron la “prospectiva” para “identificar tendencias”, que tienen mucho que ver con las modas (corbata sí o no, pitillo o pata de elefante) o con lo que a determinada gente se le mete en la cabeza y está completamente segura de que es eso lo que va a ocurrir. Detectar esto último se conoce, hala simplificación, como método Delphi. Con ph queda mejor. Aunque el oráculo del que procede el nombre sea el mencionado Delfos. Que a su vez probablemente venga de etimologías comunes a la de los delfines.
Así que, si aplicáramos el método Delphi a las ZBE y su flamante despliegue de cámaras que imitan la más moderna tradición china, probablemente los resultados nos animarían a pensar que o serán un fracaso o los políticos de turno sufrirán borracheras de poder sobre los ciudadanos. Puede incluso que ocurran las dos cosas, si no están ocurriendo ya. La mejor predicción de futuro suele ser enterarse de lo que está sucediendo en el presente.
Si, más que en científicos, confiamos en los informáticos, esos nuevos dioses que se ríen de los humanos cuando ven que le preguntamos a un bot como si supiera más que una pitonisa, pues resulta que, como la predicción de la inteligencia artificial generativa se basa en probabilidad estadística, es posible que todas las gráficas progresen en las direcciones actuales, que es lo que sostiene mayoritariamente la estadística. Salvo que venga un tsunami, como el de hace 20 años. O un virus se nos vaya de las manos. O un dron caiga encima de la mascota de un líder mundial y enloquezca. Esas tonterías que los otros dioses nos deparan, aunque malo será que ningún mántico oracular lo haya previsto. Bobos nosotros que no le hicimos caso.
Lo que está claro es que Sánchez es culpable de todo. O de nada. Que tengo razón yo, no mi cuñado. Que mi fe ni se discute ni se razona. Que me están haciendo un roto cada vez que entro en una red social, pero así me informo. Que los niños aprenden a hablar más tarde porque les ponemos una pantallita hasta en la cuna, pero así están más tranquilos. Que 5.000 jueces españoles emiten más de seis millones de resoluciones al año, pero tienen tiempo para la política. Que si quiero alquilar en Coruña ya puedo aflojar como mínimo 500 euros cada mes. Y si mi coche es diésel… en fin, dime, Delfos GPT, qué hago, mejor dicho, qué pienso al margen de insistir en mi ideología, que para eso la tengo, para mantenerla y confirmarla con mis predicciones…
Dice la tradición obviamente heteropatriarcal que Pitia, las sibilas y todas las demás profetisas transmitían los oráculos “en trance”, la manera fina de decir drogadas. Seguro que también los adivinos masculinos. Puede que hasta los GPT estén colocados. Hasta los políticos. Incluso nosotros. Pues entre copa y copa, hagan ustedes apuestas sobre las ZBE, por ejemplo. A ver quién acierta. Feliz año.