Universidades, chiringuitos y políticos

La Unesco reconoce diecinueve mil universidades en todo el mundo. Otras fuentes elevan el número hasta cincuenta mil. Unas son públicas; otras, privadas sin fines de lucro; y otras, privadas con fines de lucro. Determinar cuáles son mejores resulta complicado porque depende de los criterios evaluados (como calidad académica, investigación, costes o accesibilidad). Así que la controversia entre buenas y malas universidades suele ser bastante estéril. Salvo que responda a intereses políticos.


Que en los rankings siempre aparezcan en las primeras posiciones las privadas sin ánimo de lucro, como Harvard, Stanford o el MIT nos lleva a pensar que son el mejor modelo, pero solemos olvidar que la UCLA o Berkeley, ambas en California, o las británicas Oxford y Cambridge son públicas. Todas ellas con un excelente marketing. De hecho, gozan de fama mundial mientras otras universidades con indicadores de calidad semejantes apenas son conocidas. Así que algo hay de propaganda, bastante de truco en qué es lo que se valora para calificarlas y mucho, pero que mucho, del dinero que manejan. Vaya, qué sorpresa, ¿verdad?


De modo que si el Gobierno (también los autonómicos) quiere “mejores” universidades solo hace falta que aumente la dotación económica a la pública y exija a la privada una dimensión similar. Por ejemplo, el presupuesto medio de los cien primeros puestos de los rankings mundiales supera los dos mil millones. El presupuesto medio de una universidad pública española es de 240. El de las privadas no llega 70. Así nos va.
¿Cuál es, posiblemente, la “mejor” privada en España?: la Universidad de Navarra. Maneja 700 millones, más de 50.000 euros por alumno. ¿Y la “mejor” pública?: la de Barcelona, con 530, aunque solo 9.000 euros por estudiante. Suele obtener mejor puesto en los rankings que la pamplonica. Pero esa es otra cuestión.
Redondeando, en Galicia estamos así: la UDC, 175 millones; Santiago, 330; Vigo, 250. La única universidad privada, la de Abanca, solo cuenta con dos facultades, así que su presupuesto no es comparable, quizá por eso no le dan demasiada visibilidad.


Y ahí está otro aspecto del problema: el tamaño de las universidades para que puedan considerarse como tales. O, si prefieren, el presupuesto por alumno. Todo lo demás es pura política. Así, en el Madrid “de Ayuso” florecen las privadas de todo tipo mientras se asfixia la pública. Y Sánchez lo aprovecha colocando en la agenda un debate distorsionado entre universidades cuando en realidad a todos les importan bastante poco. Solo es un asunto entre partidos.


Porque como en este país no creemos demasiado en la formación, dar más dinero a las universidades no ofrece rédito electoral. De hecho, muchísimos españoles cuestionan su existencia y las critican con ferocidad. A veces, con motivo; otras, por pura ignorancia, cuando no por estupidez. Por eso triunfan expresiones como “los chiringuitos”. Por eso los más adinerados envían a sus hijos a centros donde todos pertenecen a una clase social semejante aunque sus profesores e investigadores (si existen) cobren casi siempre menos que en la pública. Por eso organizaciones religiosas o políticas (poco se diferencian al respecto) crean sus propias universidades o tratan de ocupar plazas públicas para desarrollar su activismo. 
Entonces, ¿dónde está la calidad? En fichar a los docentes, científicos y estudiantes más capaces y dotarles de medios. De modo que, hasta que ustedes vean universidades disputándose a los más brillantes, no se crean ni una palabra sobre calidad educativa. Los políticos por ahora solo inventan normas, hasta con urgencia, que nos mantienen en la mediocridad de la educación superior. O en la mediocridad de casi todo. Eso sí, qué buenos chiringuitos tenemos… en las playas.

Universidades, chiringuitos y políticos

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