La Romaría Vikinga de Catoira volvió a demostrar por qué es la primera fiesta de Arousa en ser distinguida como de Interés Turístico Internacional. Y es que este evento trasciende lo lúdico y se constata como una recreación cultural y, sobre todo, como una expresión social e identitaria. Miles de personas se acercaron al entorno de las Torres de Oeste para asistir al que es el punto álgido de la Romaría, el Desembarco. No les importó ni el sol de justicia que calentaba en plena mediodía ni el tiempo que hay que esperar –pacientemente– a que los vikingos lleguen con sus drakkar a tierra. La espera fue –en todo caso– lo de menos.
Los catoirenses ya llevaban horas preparándose para lo que es su fiesta favorita del año y que solo ellos –que la viven con la mayor intensidad posible– saben recrear como nadie.
En el incomparable marco de las Torres de Oeste aquellos que optaron por estar en el bando de los catoirenses esperaban con paciencia el Desembarco de los temidos guerreros llegados del norte. Con una caracterización que ha ido mejorando con el paso de los años y que recuerda muy mucho a la de la famosa serie “Vikingos” los aguerridos atacantes lo dieron todo para poder hacerse con el pueblo arousano. Como no podía ser de otra forma –y pese a su insistencia– no consiguieron conquistar. La recreación de este momento ofrece imágenes que quedan grabadas en la retina, con el Ulla en su máximo explendor y unas Torres que son de los elementos patrimoniales más antiguos y vistosos de todo Galicia.
Si los catoirenses se mojan, se caracterizan y disfrutan al máximo con su fiesta los de fuera acudieron al municipio vikingo para disfrutar de un espectáculo que no tiene parangón en Galicia. De hecho el Desembarco demuestra que la Romaría Vikinga es justa merecedora del distintivo de Fiesta de Interés Turístico Internacional y que su celebración –desde el año 1960– no ha hecho más que mejorar.
Los asistentes pudieron –también como marca la tradición– disfrutar de mejillones en ese enclave incomparable de la Ría.
Lo cierto es que no solo el entorno de las Torres de Oeste se respiró ambiente vikingo, sino que este se extendió por todo el centro de la pequeña localidad que, en esta jornada, se abarrota y se convierte en el epicentro de la diversión. Calles engalanadas y un mercado medieval que gustó tanto a niños como a adultos. La ambientación musical a lo largo de todo el día hizo el resto. Fue imposible –ni siquiera para los más escépticos o desconocedores del evento– sentirse ajeno a la celebración. Una fiesta que se promociona por sí sola y que coloca a Catoira en el mapa.