El pequeño país de Montáns, el guardián de los sueños con alas de papel

El pequeño país de Montáns, el guardián de los sueños con alas de papel
Ilustración de la librería Montáns I AUGUSTO METZLI

Era un bajo pequeño, con un escaparate en el que las viejas novelas policiacas, con sus coloristas portadas, compartían protagonismo con alguno de los grandes éxitos del momento. Era una puerta humilde al mundo de los sueños. En su interior, José Montáns García lo vigilaba todo por encima de sus gafas, que eran siempre las mismas. Como el mismo era siempre Montáns.

 

Antes de ser un librero auténtico, con su chaqueta de cuadros y coderas, Montáns fue un niño que se crio entre libros y que transmitió siempre el amor por los sueños que se despliegan entre página y página. Desde pequeño despachó en el quiosco que su madre María tenía en el Obelisco (hoy Praza de Galicia), donde los periódicos se colgaban entre pinzas, dejando que las noticias también cogiesen el aire que todos necesitamos.

 

Obelisco
Zona donde estaba el quiosco en el que, de pequeñoi, despachaba Montáns I O FAIADO DA MEMORIA

 

Después Montáns trabajó en el banco y también de profesor de Contabilidad en Fontecarmoa y en el Armando Cotarelo, pero siempre soñando con los libros. María trasladó su quiosco a un portal de Romero Ortiz y, durante un tiempo, compartió oficio con su hijo, que se asentó en la librería al lado de Mobu, en la calle que hoy emprende reforma, en la cristalera en la que ya no queda nada de aquel mundo mágico que se abría sin anuncio. Montáns y Chelo, Chelo y Montáns, desde un mostrador que lograban dividir en dos, desde un espacio en el que el tiempo no pasaba o volaba, en el que siempre se podía ojear un libro sin prisa, probar todos los bolígrafos o hablar. Hablar era obligatorio.

 

Era tan mágico aquel lugar que puede que sucediesen historias como la de una niña que iba allí a buscar El País para su padre (y El Pequeño País para ella). Iba cada sábado, pero el tiempo fuera de Montáns sí que pasaba y se llevaba a las personas. Aquella niña tardó en volver. Quizás diez, quince años. Pero un día, ya no era niña, sus pies la arrastraron hacia aquella morada de la magia. Y allí estaban. Chelo y Montáns. Y el librero, el eterno librero, se quitó las gafas, aquella vez sí se quitó las gafas: "Estoy viendo gente que hacía mucho tiempo que no veía", dijo, abriendo de nuevo el grifo de la infancia.

 

Montáns fue resistencia librera hasta 2022, cuando aquel mundo cerró las puertas y Augusto Metzli escribió este artículo, en su hermoso Boreal, y dibujó aquella puerta mágica con la precisión con la que la imaginamos los que no sabemos dibujar. 

 

Hoy se fue el librero, pero siempre se quedará en el corazón de los niños que aprendieron a volar, a soñar y a esconderse en aquel Pequeño País de Montáns. Vuela libre, librero.

El pequeño país de Montáns, el guardián de los sueños con alas de papel

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