Los días de Mateo, que tiene 85 años, se repiten casi sin variación. Victoria tiene 29 y es artista. Un municipio en el que apenas viven quince personas, Aladrén, ha conseguido unirlos para convertir la rutina en arte.
La vida en los pueblos que se despueblan puede ser como la de Mateo: se despierta al amanecer, desayuna, pasea por la zona, trabaja en el huerto, almuerza, pesca truchas, visita el bar, regresa a casa, cena y duerme... Puede ser así día tras día. Pero cuando llegó Victoria procedente de Málaga, la rutina se convirtió primero en un concepto y luego en arte. El festival “Ababol. Memoria y despoblación” obró la metamorfosis gracias al desembarco de tres artistas con un reto doble: extraer arte del municipio con la ayuda, y la participación a ser posible, de sus residentes.
Durante siete días, Victoria Maldonado, Tamara Arroyo y el tunecino (residente en Valencia) Khaïri Jemli durmieron en las tres habitaciones de la casa rural del pueblo para aprovechar las mañanas y las tardes en la búsqueda de ese objetivo desdoblado: crear, por un lado, y convivir, por otro. Al mismo tiempo, una serie de mesas redondas, acerca de la despoblación desde una perspectiva de género y del arte en el espacio público, ayudan a avivar un debate sobre el que se habla y se escribe mucho.
La despoblación es una realidad indudable en Aladrén, cuya alcaldesa, Marta Blanco, se propuso no caer en la resignación. Cuenta que nada más asumir el puesto tomó la decisión de emplear un año para estudiar minuciosamente las circunstancias del pueblo, y de esta forma, identificar sus puntos fuertes y sacarles partido.
Comprobó que la ubicación de la localidad, incardinada en la ruta del Barranco de Valjondo, podría aportar ventajas como atracción del turismo sostenible; más tarde, ideó crear una especie de festival artístico que sirviera de imán a ciudadanos curiosos y amantes de la naturaleza. Este fue el germen de “Ababol”, que este año cumplió su segunda edición. l