Me he enterado de tal circunstancia, hace muy poco, a finales de la semana pasada, cuando un ciudadano llamado Baltasar Picornell, que fue presidente del parlamento balear, felicitó el día de Santiago, a través de las redes, con este rudo mensaje: “Buenos días, países catalanes. Viva la tierra y puta España”. Como me considero hijo de España está claro que soy un hijo de puta. No he sentido una gran desolación porque el dispensador de títulos de hijo de puta pertenece a esa parte de España que no quiere serlo y que, sigue siendo minoritaria.
Sumando los secesionistas vascos, catalanes, baleares y asimilados, no llegan a cuatro millones, mientras los hijos de puta sumamos algo más de 43 millones. Esta abrumadora mayoría es reconfortante, puesto que “mal de muchos consuelo de hijos de puta”, refrán reformado que le ofrezco de manera gratuita al carpintero Baltasar Picornell.
Ha habido una tentación, que ha durado muy poco, en la que he llegado a la conclusión de que, si Baltasar Picornell me ha dado el título de hijo de puta, yo podría ofrecerle el honroso nombramiento de “cabrón del secesionismo”, siguiendo el razonamiento de la vieja copla: “Es del hombre condición/ ser lo mismo que el cabrito:/ o morir de pequeñito, o llegar a ser cabrón/”. pero enseguida me he percatado de que jamás podría llegar a su alto nivel de grosería, así que lo descarto.
Lo que no descarto es denominar a Baltasar Picornell como un cagón, no por insulto mío, sino por confesión del propio sujeto, quien, en plena fiesta de repartir títulos de hijo de puta, ha añadido lo siguiente: “Yo me cago en la España actual”. No conozco las dimensiones de su culo, ni la capacidad de almacenamiento de su intestino grueso, pero como me consta que España tiene un territorio superior a los 500.000 kilómetros cuadrados, está claro que no hay cagón más grande que don Baltasar Picornell.
Que haga lo que sabe, que los hijos de puta –según él– procuraremos protegernos de su mierda.