Estoy de vacaciones y me gusta ver el mar de Ulises, pero enciendo el televisor de manera mecánica y escucho la sintonía de “Verano Azul”, compuesta por Carmelo Bernaola, y esas imágenes me resultan familiares, porque las veía cuando mis hijos tenían una edad semejante a la de los protagonistas.
Veo el capítulo completo, y me envuelve la delicada ternura de Mercero para narrar las peripecias de los amores adolescentes, la influencia de Horacio Valcárcel en el guión, la maestría de Antonio dirigiendo a los actores, ese talento que no se nota para atreverse con un lenguaje que hasta entonces no había llegado a la televisión.
A primeros de este mes de agosto, una de las analfabetas de guardia que adornan nuestra sociedad dijo que la reposición de “Verano Azul” era la vuelta a la caspa franquista. Nuestro regimiento de tontas contemporáneas deben poseer un grandioso almacén, donde apilan la caspa franquista, me imagino que en ambiente seco y baja temperatura, teniendo en cuenta que Franco murió hace ya casi medio siglo.
Conocì más tarde a Antonio Mercero en Antena 3, cuando grababa “Farmacia de Guardia”, y yo estaba con Pedro Ruiz de amigo y acompañante, aunque me pagaran por eso. Si Antonio me había fascinado en varias películas, me sedujo todavía más ver de cerca su bonhomía, y aumentó mi admiración cuando dirigió una obra mía de teatro, protagonizada por Eloy Arenas. Fue entonces cuando comenzó la larga despedida a través de la desmemoria, que le llevó a estrenar, poco después “¿Y tú quien eres?”, estreno al que asistió la Reina Sofía, que rompió el protocolo al desplazarse aplaudiendo hasta la primera fila del anfiteatro, y que emocionó a Antonio hasta que la lluvia salada le visitó en el rostro.
Mientras la incultura sectaria se desparrama sin el pudor antiguo, gentes que supieron emparejar la bondad y el talento nos han ido dejando. Y de ahí esa justificada nostalgia de Mercero.