Me gusta el rocanrol, el blues, el glam, el punk, el góspel, la música country, la Motown, el soul, la bossa nova, la chanson francesa, el art rock, la canción protesta, la música pop y cosas sueltas de otros muchos estilos musicales (boleros, indie, fado, funky, jazz y hasta el trap de Rosalía).
Detrás de este batiburrillo solo hay dos constantes. La primera es que no soporto el reguetón ni el heavy metal. Nunca jamás nos encontraremos en el Resu (el pleonasmo pretende enfatizar la oración). La segunda es que David Bowie firma la banda sonora de mi vida.
Bowie me persigue. No recuerdo desde cuándo. Quizá llegó a mí a través de Queen, con Under Pressure. Aunque es más viable que fuese a través del dueto con Mike Jagger en Dancing in the Street, versionando a Martha and the Vandellas, que en el 85 ya se emitía Tocata y mi yo de 11 años no se perdía un programa. Lo que sí recuerdo es que, en el 86, cuando mis compañeras del colegio enloquecían con Marta tiene un marcapasos, yo, que a duras penas soportaba el Conspiración de Vicky Larraz, flipaba con Ziggy Stardust.
Me miraban raro. Bowie era andrógino, bisexual, promiscuo, excéntrico… ¡Hasta tenía anisocoria! No, Bowie no tenía heterocromía, sino una pupila más dilatada que la otra.
Se decía que la dieta del Duque Blanco se reducía a cocaína, leche y pimientos y que se pasaba las noches viendo películas sobre el nazismo y leyendo libros de magia negra. Si a esto sumamos su compleja relación con la fe, tenemos el cóctel perfecto de prejuicios de aquella época.
Pero todo aquello me daba igual. No desprecio la opinión de los demás, pero prefiero formarme la mía. Cada uno cuenta la feria según le va en ella. Así que es imposible conocer una historia sin escuchar las versiones de los implicados. Esto es así, hazme caso. Y conviene aplicarlo cuando te cuenten algo negativo de alguien porque, incluso si es cierto, es posible que esa persona tenga un porqué que haría cambiar tu opinión sobre ella.
En este caso, a mí Bowie solo me importaba por China Girl, Heroes, Rebel Rebel, Lady Stardust, Five years…
Bowie es el Mayor Tom de Space Oddity que, cuando asume que va a morir flotando en el espacio, se acuerda de lo mucho que quiere a su mujer. Y a alguien así no se le puede decir que no.
Desde entonces, Bowie no ha dejado de sonar. Suyo fue el primer CD que entró en mi piso de universitaria cuando mi amigo Losada le regaló una minicadena a Mariña, su novia y mi compañera de piso. Ese disco fue la música de fondo de mi tercer año de carrera, con sus tareas domésticas, tardes de estudio y momentos de risas y diversión.
Suyos son también esos discos que mi marido y yo no sabemos si son suyos o míos, porque los compramos juntos: The man who sold the world, Diamond Dogs, Hunky Dory, Space Oddity, The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars…
Young Americans fue uno de los temas que sonó en nuestra boda y Suffragette City es una de las canciones favoritas de nuestra hija desde que tenía tres años. Y eso que el único momento en el que Bowie me ha fallado fue en su nacimiento (al margen de su ausencia en los Concertos do Novo Milenio, en 2004). Dice mi marido que pusieron el tema central de Amélie. Yo no escuché nada, pero tampoco se lo discuto. Aunque hubiese preferido Changes, por ejemplo, que a ver qué cambio hay mayor que la paternidad.
David Robert Jones nos ha dejado, pero Bowie permanece inalterable. Pese a su mirada felina, no se ha quedado entre nosotros como un gato que se deja mimar, eso nunca le ha pegado, sino como un auténtico camaleón camuflado en las estrellas. Esas que se ven tan diferentes desde hace 9 años y cinco días.