Lo más pequeño

Una tarde para mí. Así, en medio de la semana, sin prisas de reunión en reunión o de evento en evento. Adelanto mi salida del foro al que asistí esta mañana, últimas llamadas previstas en la agenda, dar respuesta a los e-mails urgentes y me regalo el resto del día.


Aunque las mañanas y las noches son frías, las horas centrales se impregnan de sol. Son tardes de lecturas en el parque, de notas a mano con sabor a té en una terraza. La lluvia nos ha abandonado ¡Por fin! La primavera se cuela tímidamente entre los vientos. Afloran nuevos proyectos. Cambia la energía.


Una tarde para mí. Recados pendientes –de los que son más placer que obligación– ‘pelu’ y otras historias para cuidarse. Ahí es. Me detengo en lo más pequeño, las propuestas con propósito, las conversaciones tranquilas, los espacios que abrazan. Esta semana ha tenido mucho de eso y aún queda su recta final.


Entre ese ‘lo más pequeño’, mis conversaciones con Rober, mi peluquero. En cuanto me acomodo en el sillón, las palabras fluyen de otra manera. Hablamos de cumpleaños, de trabajo, de las vacaciones, de la vida. Conversaciones aparentemente superficiales pero que no lo son.  El diálogo tiene algo de terapia informal, de confesionario sin urgencias. Ahí, entre tinte y peinado, las preocupaciones se desgranan sin dramatismo y las alegrías se cuentan sin miedo a que suenen exageradas. Una charla sin prisas, sin juicio, sin la presión de llegar a ninguna conclusión. Quizás por eso es refugio.


En ese mundo BANI (quebradizo, ansioso, no lineal e incomprensible), del que tanto se habla ahora, donde pilotan el caos y las prisas, donde las conversaciones se han vuelto rápidas y funcionales, donde los mensajes se resumen en emojis y los audios se escuchan acelerados, la peluquería sigue siendo uno de los pocos lugares donde hablar sigue siendo un arte pausado.


Cruzar el umbral y el tiempo aminora su marcha, el diálogo es libre porque no hay expectativas, la conversación fluye porque no hay necesidad de impresionar a nadie. Hablar de cambios sin tapujos, pero con una profundidad a veces velada: “Estoy pensando en cortarme el pelo” puede venir acompañado de “necesito un cambio en mi vida”. “No sé si este color me queda bien” a veces esconde “no sé si me reconozco”. Yo siempre digo que mis revoluciones internas muchas veces han requerido de cambios de look, un corte de pelo o un nuevo perfume. Y al revés.


Cuando hablamos en la ‘pelu’ no tenemos la urgencia de convencer a nadie, de demostrar nada, de llegar a ninguna conclusión inmediata. Y eso es justo lo que falta en muchas de nuestras conversaciones diarias: la paciencia de escuchar sin interrumpir, la libertad de hablar sin miedo a ser malinterpretados. Nos hemos acostumbrado a diálogos apresurados, a respuestas automáticas, a opiniones lanzadas sin matices. Pero las conversaciones más valiosas no son las que ocurren en debates intensos ni en discursos elaborados. Son las que se construyen en espacios donde podemos respetar nuestra esencia y donde nos atrevemos quizás a verbalizar en voz alta, no para que nos escuchen, si no para escucharnos. Charlas sin guion, sin ruido, sin urgencia. Charlas con profundidad no predeterminada.


Una tarde para mí y para enfocarme en lo más pequeño. Un momento de pausa. Un lugar de cobijo. Una escucha atenta. Un hablar sin juicios.


Como dice Fernando Trías de Bes en ‘La buena suerte’: “Busca en los pequeños detalles circunstancias aparentemente innecesarias, pero ¡imprescindibles!”.

Lo más pequeño

Te puede interesar