Trump ha vuelto. Como siempre, rodeado de polémica. Melania también ha vuelto, con su abrigo azul, sus stilettos y su gorro con ala afilada antibesos. Pura elegancia, con esa mirada despectiva, ese cuerpo de infarto y esos ojos tártaros capaces de fulminar a su marido en un segundo. No me cabe duda de que fueron sus ojos los que desviaron la bala que rozó la oreja de Trump cuando un tipo se subió a un tejado para intentar matarlo. La fantasía húmeda de mucha gente, el magnicidio. Los woke ese día vieron sus esperanzas trumpadas: el multimillonario sobrevivió, se levantó entre los guardaespaldas lleno de la necesaria épica norteamericana (solo faltaba una banda sonora con bien de viento-metal) y ahí ganó las elecciones. Con lo que les gusta a los yankis el gesto y la resurrección. El bueno de Biden se fue indultando a diestro y siniestro a toda su familia (por mí y por todos mis compañeros) y Trump al llegar indultó a los que se pasearon por el congreso disfrazados de Indian Parade y cuernos de búfalo. A indultar, a indultar, que el mundo se va a acabar. Trump es un tipo curioso: un psicópata pacifista. Se arruina y se enriquece con la misma facilidad que yo escribo esta columna. Y además de Melania, se ha traído a Elon Musk. Otro personaje curioso de esta era postwoke. Odiado y amado a partes iguales, se hizo con el protagonismo de la ceremonia llevándose la mano al corazón y lanzándolo al público con mucho entusiasmo. Los woke pensaron que estaba haciendo el saludo nazi (ahora todo es nazi, hasta los judíos son nazis, vivimos en tiempos de gran amalgama ideológica que termina siendo antes facha, ahora nazi que eran más elegantes) y se fueron de X antiguo Twitter entre lamentos, lloros, grandes aspavientos y luchas Aló Aló desde las alcantarillas de la resistencia francesa. Ninguno cerró la cuenta, X es demasiado adictivo como para irse de verdad. En el pájaro azul, la red que acoge a los wokes no hay movimiento, no hay morbo, solo hay silencio, como en la mente en paz de un monje budista. En X te enteras de muchas cosas que no llegan a la gente de a pie. El portátil del hijo de Biden, la isla de Epstein, la mejor manera de realizar el saludo romano, las nominaciones de los Oscar, ver escenas de “Emilia Pérez”, ese gran delirio cinematográfico que hace que te duelan los ojos y los oídos al escuchar a Selena Gómez chapurrear el español como si fuera Alto Valyrio. Es una película-musical que pretende tener mensaje woke pero en realidad es algo entre body horror y comedia involuntaria, algo que fascina por lo grotesco y por las actuaciones nefandas. Pero ha ganado Trump y algo habrá que hacer, pop ejemplo nominar al mejor montaje una película que parece montada por alumnos de primero de la ESO. Todo sea por luchar desde las alcantarillas de la resistencia francesa, Aló Aló hasta en los Oscar. Lo único bueno que tiene esa celebración es ver a los actores y actrices vestidos de bonito.
Yo no les hago mucho caso desde que a Cumberbatch le robaron el premio para dárselo al golpizas de Bel Air. Desde luego, este año el Oscar debería ser para Demi Moore, la mujer inmortal. Pero quién soy yo para decir nada, que cada vez que bajo al perro se pone a granizar y cuando lo subo, para. No quiero gafar a Demi. Bastante hago con ir a Riazor de cuando en cuando a gafar a los equipos rivales del Depor.