No pertenece a esa saga de políticos que se afilia a las Juventudes de un partido, es concejal de su pueblo a los veintidós años y diputados a Cortes a los treinta. Bueno, sí, fue concejal a los 22 y diputado al Congreso a los 30, pero no se descolgó de sus obligaciones universitarias, y posee un notable expediente académico. Su problema es que, entre la Universidad y el PP, no ha tenido demasiadas experiencias vitales, y es probable que crea que el mundo comienza en Murcia y en la Universidad, y concluye en el PP.
Puede que, debido a ello, su dialéctica frente a Esperanza Aguirre haya sido una de las más desafortunadas de los últimos tiempos. Es verdad que Esperanza Aguirre puede que no sea una estupenda directora de la Escuela Diplomática, y que su personalidad peque de excesivamente castiza, espontánea e incluso bizarra.
Pero que Teodoro García Egea argumente contra sus opiniones, puede que apasionadas, con que el gobierno autonómico de Esperanza Aguirre se caracterizó por la corrupción, dirigido a una persona completamente alejada de la corrupción, en su muy amplia y leal biografía política, constituye una de las miserias dialécticas más sorprendentes, sobre todo si tenemos en cuenta que Teodoro García Egea es el secretario general del Partido Popular.
Ningún miembro del PSOE, ninguno, en sus trifulcas andaluzas –donde los presidentes autonómicos han estado o enfangados hasta la cintura o pisando el barro de la red de corrupción más escandalosa de la Unión Europea– han lanzado acusaciones tan graves, tan perversas y tan canallas.
Si Pablo Casado anhela que le peguen un tiro en el pie, en su carrera a la presidencia de Gobierno, que aliente a los teodoros de su entorno, pero su enemigo no serán las ayusos que le proporcionan esplendor, sino las balas de los fontaneros que se creen listos y son tontos contemporáneos, empujando votos a Ciudadanos y a Vox, partidos que deberían nombrar a Teodoro García Egea socio protector, con todos los reconocimientos merecidos a su cargo. A no ser que cumpla órdenes del señor Casado, en cuyo caso el problema es mucho más grave de lo que pensábamos.