Medios abandonando redes

El negocio que aprovechó rápidamente la fotografía, el telégrafo, el teletipo o el fax llegó tarde a Internet. Enseguida se dio cuenta del potencial del cine, la radio o la televisión, pero perdió unos años preciosos en el terreno de las redes. Por aquel entonces, el negocio del periodismo, con todos sus defectos y virtudes, disfrutaba sus grandes rotativas a color, sistemas editoriales informatizados, promociones de fin de semana y chorros de publicidad que engordaban las cuentas de resultados. Eran los únicos que tenían influencia y la rentabilizaban en sus relaciones con los poderes políticos y económicos. Pero en unos años 90 que volaban entre concesiones de canales, periódicos con infinita paginación y docenas de universidades formando a miles de nuevos periodistas, la Red empezaba a popularizarse sin que apenas se enteraran. Con el espejismo de las “puntocom” algunos se coronaron: “Véis como no era nada”. El arrollador éxito de los buscadores y las redes sociales les cerró la boca. La publicidad huyó por otros vericuetos controlados por unos pocos. Las audiencias se escurrieron hacia unas hiperconcentradísimas webs y apps manejadas desde Silicon Valley y China. Y, ahora, el despistado negocio del periodismo, tras entregarse a los algoritmos que desconocían, caer en la trampa del clickbait y ponerse a la altura de bots, activistas, fanáticos y departamentos profesionales del bulo, empiezan a darse de baja de sitios como el antes denominado Twitter.


Quizá a estas alturas sea tarde. Enfrentarse a Musk, a las presiones de Google News o a los dueños de TikTok sin más armas que la línea editorial o cancelar sus propias cuentas en X suena ahora como el pateado de una hormiga a un elefante. Tendrían que ser una marabunta, y aún así, con la inmensa mayoría de los medios actuando de manera coordinada, habría que ver si todavía podrían acabar con esta extraordinaria concentración de poder. Honestamente, creo que solo los Estados, a base de legislación y ejecución coercitiva, pueden disolver estos imperios de la desinformación y el secuestro de la publicidad que antes proporcionaba oxígeno a la libertad de prensa. Solo que ya se están haciendo con los Estados. Vean a Trump.


Lo interesante de este momento en el que se atisba por fin una crítica generalizada a la dictadura del algoritmo es que con la Inteligencia Artificial se amplía la batalla. Porque estar bien informados, no entretenidos, exige ya una pelea. Los medios han adelgazado sus redacciones y han dirigido a sus periodistas a titular y escribir para lograr el click de tal forma que se ha reducido la presencia de informaciones de calidad en cada cabecera. La audiencia surfea entre medios según lo llamativo que sea su reclamo en X, Facebook, Instagram o Google. Y el lector, con suerte, salta de una cabecera a otra, donde buena parte del esfuerzo empresarial se agota tratando de soportar la estructura productiva a cambio de un like: el sitio web, las redes, la emisión, papel, videos, fotos, relaciones públicas… Apenas quedan fuerzas para encontrar noticias propias, bien contrastadas, analizadas con profundidad. Esas que suman suscriptores, las que nos acostumbran a entrar directamente en este medio porque así nos sentimos bien informados.


No sé si en algún momento el periodismo profesional se unirá. No sé si los Estados disolverán este oligopolio tecnológico. Pero, entre tanto, creo que solo las cabeceras que se liberen de las redes sociales, que simplifiquen su mecánica de producción, tal vez con la IA, y, sobre todo, inviertan en más y mejores periodistas serán las únicas que sobrevivan. Sé que es una carrera de fondo. Ojalá que los editores, conscientes de su papel en democracia, cuenten con el suficiente pulmón financiero.

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